El devenir de los afectados por un TP es siempre
errático y azaroso, y ocasiona no pocas dificultades a los que lo padecen, y
gran inquietud entre sus familiares. Como consecuencia de todo ello, son
innumerables las preguntas que los familiares se hacen. Son tantas, y obtienen
tan pocas respuestas concluyentes, que el resultado es frecuentemente una
situación de bloqueo, que impide cualquier acción útil.
Sería muy conveniente –para los familiares y
para los enfermos- reducir esa tormenta de preguntas a unas dimensiones asumibles.
No es fácil hacerlo, pero se puede aplicar un método sencillo, consistente en
clasificar en dos categorías las preguntas que nos surgen –las útiles y las
inútiles-, y prohibirnos estrictamente perder ni un sólo minuto con las
segundas.
¿Por qué a
nosotros?
¿Por qué
este hijo y no sus hermanos?
¿Qué he
hecho yo para merecer esto?
¿Qué hemos
hecho mal?
¿Por qué
no actúa de otra manera?
¿Por qué
nos odia?
¿Por qué
no hay soluciones rápidas?
¿Cuándo
terminará esto?
Esas y otras preguntas seguirán apareciendo en
nuestra mente. Pero no conseguiremos respuestas, y, aunque las tuviéramos, no
habríamos avanzado nada para mejorar la situación. Por eso es recomendable
aplicarse a la disciplina de apartarlas cada vez que aparezcan.
Sólo hay una pregunta que merece la pena
responder, teniendo en cuenta que es muy probable que la respuesta correcta no
coincida con la respuesta que más nos gustaría:
¿Qué puedo hacer
ahora para ayudarle?
No hay comentarios:
Publicar un comentario