PARTICIPA

Si quieres publicar un artículo relacionado con los TP o plantear un tema de debate y opinión, ponte en contacto por correo electrónico con nosotros: volcanicos@gmail.com

sábado, 9 de febrero de 2013

Stop a las etiquetas

El refuerzo positivo


¿Cuántas veces nos hemos planteado, respecto a la pareja, los hijos, u otras personas: “no valoran lo que hago”; “no lo agradecen”; “nunca me reconocen el esfuerzo”?
Con seguridad, la respuesta es “muchas veces”. Pero, ¿cuántas veces nosotros reconocemos el esfuerzo o los méritos de los que no rodean? ¿cuántas veces les decimos que estamos muy satisfechos? ¿que se lo
agradecemos? Los afectados por los trastornos de la personalidad padecen dificultades para llevar a cabo acertadamente muchas actividades, especialmente de carácter social o laboral. Lo intentan una y otra vez, y fracasan repetidamente.
Pero a veces también lo consiguen. Por pequeños que sean esos triunfos necesitan ser expresamente reconocidos, y más aún por los más cercanos, aquellos que tan insistentemente les recuerdan sus fallos.
El refuerzo positivo; el reconocimiento, es la herramienta indispensable para ayudar a los afectados. No basta una mirada, no sirve el silencio. Hay que mostrar abiertamente la satisfacción por un determinado logro. Es necesario recordar que si nosotros echamos en falta el reconocimiento de los otros, más acuciante es esa necesidad en aquellos que intentan conducir su vida desde una posición de angustiosa inseguridad.

Ubundu


Ubundu era un joven que vivía en una choza de una pequeña aldea africana, con su hermano mayor Bangoro. Era un muchacho tímido y apocado, y mostraba poco interés por seguir las costumbres de la tribu.
Su hermano mayor hacía todo lo posible para evitar que los demás miembros del poblado se dieran cuenta de que Ubundo era diferente. Salía muy temprano a cazar, y siempre volvía con dos piezas: la suya y la de Ubundu. Como Ubundo era poco diestro, Bangoro era el que se encargaba de hacer fuego, de despellejar las piezas cazadas, y de preparar las tortas de cereal de las que se alimentaban.
Ubundo pasaba los días sin tener ninguna ocupación, paseando por los alrededores de la aldea, o sentado en un rincón de la choza, sumido en sus pensamientos. Así pasaron muchos años sin que los vecinos de la aldea notaran nada especial en Ubundu.
Un día sonaron los tambores de alarma en todo el poblado. Una partida de guerreros irrumpieron entre grandes alaridos, incendiaron varias chozas, y se llevaron a algunos hombres y mujeres jóvenes para que
les sirvieran como esclavos. Ubundu se libró porque no se movió de su rincón en la choza, pero su hermano Bangoro fue hecho prisionero.
Entonces Ubundu quedó completamente desamparado. No sabía cazar ni preparar alimentos. No sabía hacer fuego ni reparar los desperfectos de la cabaña. Tampoco había aprendido las danzas rituales, ni sabía tomar parte en las ceremonias de la tribu.
El Consejo de la tribu, que creía que Ubundu era un joven como los demás, se reunió para decidir sobre su caso. Unos pensaban que Ubundo despreciaba sus costumbres. Otros que era un perezoso que quería vivir a su costa. Otros defendían que estaba ofendiendo gravemente a los dioses.
El Consejo decidió expulsar al joven del poblado, y Ubundu se perdió en la jungla, maldiciendo a su hermano por no haberle enseñado a valerse por sí mismo.

El balance anual

Una de las características de los trastornos de la personalidad es su largo recorrido. Sus efectos pueden comenzar a manifestarse al final de la adolescencia, y es habitual que persistan hasta bien entrada la edad adulta. Durante este prolongado periodo los afectados atraviesan innumerables etapas: a veces parece que experimentan avances, y una semana después todo indica que están retrocediendo, para a continuación estabilizarse, volver a mejorar, y volver a caer. Esta interminable montaña rusa produce en los familiares un efecto de “ducha escocesa” continuada, en el que se suceden momentos de preocupación, otros de alivio, seguidos de días de esperanzado optimismo, a los que suceden otros de oscuro abatimiento. Los familiares, muy pegados al día a día de los afectados, siguen milimétricamente esas subidas y bajadas, y reproducen en su ánimo los vaivenes del afectado. El final de año es el momento en que todo tipo de empresas y organismos hacen balance. Se estudian los datos y los resultados de los doce meses precedentes, se comparan con los del año anterior, y se establecen unos objetivos para el siguiente. Es también buen momento para que los familiares de un afectado de TP hagan lo propio. Es la ocasión para tomar distancia, y evaluar la situación, comparándola con la que había 365 días antes. Hacer esto con la mayor objetividad posible, alejando el enfoque del día de hoy, nos permitirá en la mayoría de los casos constatar que las cosas han mejorado en conjunto. Ese es el barómetro que puede indicarnos si estamos en el camino correcto. Es posible que nuestro familiar esté pasando un mal momento esta semana, pero lo que importa es ver si la totalidad del año ha sido mejor o peor que la totalidad del anterior. Si la respuesta es positiva, quizá podamos encarar 2013 con más optimismo, con más paciencia, y –sobre todo- con mayor confianza en que estamos haciendo lo correcto.