Son muchos los motivos que tienen los familiares de un afectado por el Trastorno de la Personalidad para sentir angustia. Una de las dudas que más frecuentemente surgen es
la pregunta “¿Lo estaré haciendo bien?”. La duda es razonable. Generalmente, las familias han recorrido un largo camino desde que detectaron por primera vez que algo no iba bien en su hijo o hermano. Un camino jalonado de consultas a diversos profesionales, de altibajos en el estado del enfermo, de momentos de esperanza, y de otros de desánimo. A menudo, tras varios años de intentar sin éxito la “normalización” del afectado, aparece la inquietud de que quizá no se estén haciendo las cosas todo lo bien que podrían hacerse. Paradójicamente, la respuesta a esa pregunta es contradictoria. Por una parte, habría que responder “no”, porque nunca unos padres pueden hacer todo a la perfección, y desde esa óptica siempre se podría hacer mejor. Pero por otra parte la respuesta es “sí”. Un “sí” rotundo y definitivo, porque nadie puede hacer más de lo que está en su mano. Los padres o hermanos no son –ni tienen por qué ser- especialistas, psiquiatras o psicólogos, y nadie les ha entregado un manual de instrucciones de cómo prevenir o manejar la situación que padecen. Los familiares sólo pueden poner cariño, voluntad, esfuerzo y dedicación. Pueden también intentar comprender, obtener información, recabar apoyo, y armarse de paciencia. Pero intentarlo no garantiza que siempre lo vayan a conseguir, porque como en cualquier empresa humana, no siempre se logra todo lo que se intenta. El mero hecho de que aparezca la duda “¿lo estaré haciendo bien?” significa que se está haciendo bien; que se está haciendo todo lo que se puede. Eso debería bastarnos, y no deberíamos dejar que la duda se hiciera tan pesada que impidiera seguir ayudando.