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jueves, 3 de mayo de 2012

LA NATURALIDAD


El devenir cotidiano de una familia en la que un miembro padece un TP suele alejarse de los parámetros de convivencia considerados como “normales”. Silencios prolongados, explosiones de ira, acusaciones inculpatorias, amenazas, insultos, pasividad, incumplimiento de las normas, autolesiones, y determinadas conductas dan lugar a un clima familiar poco “natural”.
La familia se suele debatir entre la preocupación y la angustia: se observa atentamente la conducta del afectado, tratando de detectar signos de actitudes o comportamientos relacionadas con el TP, siempre dispuestos a intervenir para mitigar los efectos dañinos que puede tener sobre los enfermos.
En este escenario es fácil caer en la posición del “guarda jurado”, siempre pendientes del mínimo gesto del familiar con TP, bien para advertirle, para criticarle, o para oponerse a sus intenciones reales o presuntas.
No es de extrañar que el enfermo, al sentirse como una bacteria en un microscopio, intente eludir ese excesivo control, a veces ocultando sus pensamientos y sus actividades, y a veces rebelándose, incluso violentamente, contra sus familiares. Cuanto más se siente tratado como un sospechoso, como un niño de pocos años, o como un bicho raro, más probabilidades habrá de que termine actuando como tal.
Es muy importante que la familia evite crear ese círculo vicioso. Sin dejar de ocuparse del enfermo, se debe evitar que la vida familiar se convierta en una permanente situación excepcional. Hay que hablar con naturalidad al enfermo, otorgarle un margen de confianza, respetar sus momentos de silencio o de mal humor, bromear con él. En una palabra: quitarle dramatismo a la vida diaria, para no contribuir a que él perciba su vida como un drama.
Para ganar una batalla hay que disparar al enemigo cuando se le ve. No sirve de nada estar disparando continuamente a la oscuridad.